Esta salida prometía buenas experiencias y no ha defraudado en absoluto. De entrada, un día relativamente soleado, sin demasiado calor y, sobre todo, sin lluvia, que era una amenaza, según los meteorólogos. Se llenó el autocar y aún hubo otra quincena de senderistas que se quedó sin plaza. Estas salidas de todo el día son imprevisibles; tanto puede ocurrir que se llene el autocar, como que no seamos más de treinta o cuarenta. Lo cierto es que se había corrido la voz de que era una caminata muy bonita y el autocar se llenó.
El tramo de Camí de Ronda, entre Sant Antoni de Calonge y Sant Feliu de Guíxols, discurre en su mayor parte a unas decenas de metros de la orilla del mar, subiendo y bajando para salvar los acantilados característicos de la Costa Brava, subiendo y bajando por escaleras, artificiales en unos casos, naturales en otros, pasando de pisar la arena de las calas, (cuesta caminar sobre la arena gruesa) a subir hasta salvar los peñascales y luego bajar de nuevo a la playa. Y así todo el camino hasta Platja d’Aro. El paisaje, maravilloso, de postal. Caminamos siempre paralelos al mar, oyendo el ruido del agua al golpear las rocas, con los ojos muy abiertos para tratar de memorizar todo lo que se veía frente a nosotros, pero también volviendo la mirada hacia atrás, porque la nueva perspectiva hacía que el paisaje, ya visto, se tornara diferente y pareciera como si no hubieras pasado por allí unos momentos antes.
Y admiramos, o envidiamos, las mansiones de los privilegiados que, en algunos casos, habían convertido en privado lo que nunca debió serlo y maldecimos que la Ley de Costas no hubiera estado vigente hace 100 años.
Hacia Platja d’Aro el camino es más cómodo, aunque más feo, cruzando todo el paseo junto a la playa, enormemente larga, y, después, pisando asfalto, hasta rodear el puerto deportivo. Luego un bosque de pinos, la playa de sa Conca, amplia y con algunos bañistas, no demasiados, que nos miraban con cierta perplejidad. Después el paisaje comienza a cambiar, igualmente admirable, pero distinto. Las ascensiones se vuelven más pronunciadas y las calas más profundas; ya no las pisamos sino que las vemos desde la altura, muchas veces entre los ramajes de los pinos que bordean los acantilados, más abundantes, más rocosos, más Costa Brava.
Y el final del trayecto en Sant Feliu, con comida en el parque o en la playa, a elegir. Los de la playa en bañador o bikini tomando el sol, y, los más valientes, hasta se bañaron.